Al Dios escondido
Oh Dios de la aridez y de la noche oscura.
Te adoro en la atonía de mi vida absurda
y contemplo tu sombra luminosa
más allá y mas acá de la ceguera
de mis ojos enfermos.
Te quisiste esconder y te olvidaste
Divinamente de esconder tus huellas.
Y al fondo de la noche y detrás del silencio
Eres todo palabra
Eres todo mirada
Eres todo en la nada.
Te adoro como eres, silencioso y oculto
Como el mismo misterio de la vida.
Sí, yo te adoro así, a Ti,
que me hablas desde el fondo
de todo lo que calla.
No te vayas, mi Dios, de este silencio
En que vuelta hacia mí tu faz presiento
Y el suavísimo, puro, imperceptible
Aroma de tu aliento.
Javier Álvarez de Eulate
(Padre Franciscano)