El padre Lorenzo saca de la pequeña
mochila un tomo pequeño de la biblia, y se acerca más a la piedra en que está
sentada Sofía. Frente a frente comienza a leer una epístola.
Introitos._
Gaudeámus omnes in Dómino die festum
celebrántes sub honóre beáte Maríe Virginis.
Epístola.-Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles. Como azucena
entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes. Como el manzano entre los árboles
silvestres, así es mi amado entre los hijos de los hombres. Sentéme a la sombra
de mi amado, y su fruto es dulce a mi paladar. Regalóme con vinos exquisitos y
ordenó en mí la caridad. Fortalecedme con flores y con olorosas manzanas,
porque desfallezco de amor. Su mano izquierda está sobre mi cabeza, y me abraza
con su diestra. Mi amado me habla. Levántate, date prisa amiga mía paloma mía,
hermosa mía, y ven. Pasó ya el invierno, cesaron las lluvias. Han aparecido las
flores en nuestra tierra, ha llegado el tiempo de la poda, la voz de la tórtola
se ha oído ya en nuestra tierra, la higuera ha dado sus higos; las viñas
florecidas han exhalado su perfume. Levántate, amiga mía, hermosa mía y ven
casta paloma mía, que anidas en las peñas, en los huecos de los muros,
muéstrame tu rostro, oiga yo tu voz, pues tu voz es dulce y muy lindo tu
rostro.
Se miran durante unos segundos y el
discípulo del señor se pone en pie y dando unos pasos adelante salta una peña a
donde se cobija una mata enorme de Jara que ya tiene preciosas flores y aunque
son pegajosas y de olores amargos corta las dos que están a más altura y
Lorenzo se las ofrece a la mujer que lo mira desde cerca y se pone en pie con
una sonrisa aceptando el ramillete, y no pudo ser pues, el religioso resbala en
la roca de pizarra y cae al suelo, sin soltar las flores de la mano que continúa
ofreciéndoselas a la mujer que no para de reír por el percance y baja a
ayudarle a levantarse del suelo áspero entre abrojos aún verdes. Sofía le
sacude la ropa que huele a jaras.
Continúan en pie muy cercanos, y ella se quita la malla negra que viste bajo
el blusón sedoso transparente blanco, él la mira en tanto le suelta dos botones
del blusón Para mirarla, continúa mirándola…. Y se desnuda el torso.
Acercándose más, le retira el pelo a Sophie que ella se lo recoge con una cinta
blanca como su cabello y lo ata en lo alto de la cabeza dejando caer para atrás
la coleta. En tanto el sacerdote nombra a dios saca el móvil y da clic a un
video con la canción que más le gusta. Emma Chaplin, Spente le Stelle… da su
mano a Sophie, y comienzan a bajar descalzos como penitencia, dejando atrás las
ropas despojadas. Solo con lo puesto y al volumen más alto de la música bajan
por el camino escabroso sin hablarse sin nada que decir ni más que hacer que
cogerse mano derecha con mano izquierda que, al llegar a la orilla del agua del
pantano, en un atardecer de luz resplandeciente, estrellándose en el agua, con
el horizonte de fuego al frente.
Continúan callados embobecidos
extasiados. La música apura hasta el último tono, en tanto se adentran, alzan
la otra mano entre burbujas relucientes. Y es lo último que retrata el agua
clara limpia y pura del pantano, como blanca y pura es también la espuma de la
orilla testigo de ver el momento del final de dos vidas temerosas de recibir el
final por separado.
La tarde se
disipa dando paso a la oscuridad. Por la misma zona de hace más de sesenta
años, dos almas que vagarán junto a los fantasmas del recuerdo
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